domingo, 20 de marzo de 2022

El placer de los textos

(Los que acompañan, invitan, seducen, atraen…)


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Los que se atreven a defraudarnos, con toda libertad en las manos de hacerlos a un lado sutilmente o, retirarlos de la vista, por lo menos antes que sigamos los pasos de Lucio el bibliotecario de la novela El último lector imprimiéndole el sello de censurado, para enviarlos al infierno del sótano donde las cucarachas hacen de ellos su comidilla. Una historia literaria y pueblerina ambientada en Icamole cuyo final llama la atención por la estructura parecida a los cuentos tradicionales: la sorpresa. Un final que se puede interpretar inconcluso desde el momento que existe, no El último lector; sino un lector siempre dispuesto a leer una historia. David Toscana, el creador de esta novela, buen escritor, interesante contador de historias. 

Otro de los libros de mis recientes lecturas es El Vidente amateur (nociones elementales sobre la materia poética), de Ernesto Lumbreras. Título que de manera inadecuada me orilló al principio a dudar y plantearme cierta deshonestidad o exceso de humildad en el poeta hecho y derecho que es Ernesto; sobre todo en la palabra amateur; aclarada específicamente, y parafraseando el aforismo de Wallace Stevens, citado por Lumbreras: “Para ser original es preciso tener el valor de ser siempre un aprendiz”. Es decir un amateur. El vidente amateur es un libro que tiene su propia voz hermenéutica con elementos estructurales lingüísticos que lo hacen un texto de ensayo aceptable, que reflexiona sobre la poesía, el acto de leer poemas y el tema de la traducción de estos. 

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Últimamente eh estado leyendo al poeta Alberto Blanco en un suplemento cultural de la Ciudad de México en breve sección titulada Meditaciones, escrita en forma de poemas y, aunque el texto más reciente La química no es de la calidad esperada para este lector quien escribe, la voz poética de Alberto es única entre las voces polifónicas de los poetas y sus poemas, como puede uno constatarlo en su libro La hora y la neblina, reunión, según nos dice el propio poeta, de doce libros de poemas (1968-2004). La verdad, su voz tiene un espacio dentro del universo poético, aunque hay otras voces de mayor presencia. Veo en él una voz más notable como ensayista de poesía. 

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Dentro de esta colección de lecturas recientes y azarosas, hay dos novelas más, aunadas a la ya mencionada al principio de ésta síntesis, se trata de Parménides de Cesar Aira y la del escritor David Grossman: La vida juega conmigo. Uno esperaría que en la novela de Aira el argumento de la historia girara alrededor de Parménides como personaje principal, pues el título de la brevedad literaria del escritor argentino lleva por nombre, nada más y nada menos que el del gran pensador de la filosofía presocrática y su visión del mundo, explicada ontológicamente en el no movimiento; antítesis de Heráclito, otro enorme pensador de hace más de 1000 años de filosofía en Occidente. Pero no. O, a medias, ya que el personaje principal de nombre Perinola, poeta por cierto, puede bien representar el alter ego del autor del poema del ser, me refiero al conocido poema de Parménides; aunque a la vez, su antítesis. Lo digo por la visión de Perinola, cuando nos dice que “la poesía es a la vez algo y nada” o, bien esto: “La vida no siempre [obedece] a la lógica” o, esto otro parafraseándolo con respecto a la escritura: “[Basta hacer la nada con la punta del dedo para que brote] el todo”. No recuerdo bien si la lectura hecha de sus dos novelas anteriores, Cómo me hice monja y El pequeño monje budista tienen un final inesperado como en Parménides, porque el de ésta sitúa al lector en una quietud, para concluir y confirmar después lo que tiene de irónico la vida; como también se puede leer y se escuchar en voz de Guili al final de la novela La vida juega conmigo, de David Grossman. Novelas e historias literarias como esta escrita por el escritor israelí, cuyo estilo en el lenguaje sensibiliza los oídos de sus lectores, como queda demostrado también en La vida entera y El cabaret, por lo menos. 

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Finalmente concluyo (también azarosamente), para hablar de tres libros de ensayos, dentro de lo cual está su común denominador, como el tema abordado: la muerte, especialmente en Recordando a los difuntos del escritor Arnoldo Kraus; en Pensar la muerte del filósofo francés Vladimir Jankélévitch, y en Más allá del cuerpo de Francisco González Crussí, quien trata el tema, específicamente en el capítulo IV. Comencé a leer a Arnoldo Kraus en medios periodísticos hace ya buen tiempo y lo sigo haciendo, aunque ahora de manera más selectiva, especialmente cuando escribe sobre temas filosóficos, éticos, de miradas muy humanísticas; porque cuando se distrae en escribir acerca de su visión política y la de los políticos, no queda muy bien parado. Estos escritos se alimentan generalmente de la ligereza. Claro, esto no ha impedido en seguir leyendo al escritor que es, como por ejemplo en Recordar a los difuntos o Helen (su madre) ante la antesala de la muerte o, bien <<palabra, lenguaje que humaniza, que revelan fragmentos del alma, la de Helen>>. 


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Hay unos versos de un poema en proceso de ser considerado como tal que, comparto para los futuros lectores: < <Molestia en las cienes/ Dificultad en respirar el viento, por ejemplo, es de pensarlo/ Pero, ¿la muerte se piensa; se vive? Muestro esto porque ello me estimuló en adquirir más tarde el libro de Vladimir Jankélévitch, Pensar la muerte; aunado al contexto del libro de Arnoldo Kraus.

El libro de Jankélévitch es un texto de entrevistas (publicado posterior a La muerte), cuyo prólogo nos dice “suscitó expresarse largamente sobre las motivaciones profundas de su interrogación: ¿Se puede pensar la muerte? Respuestas que conllevan a hablar, a pensar sobre el tiempo y la vida. “La muerte, nos dice Jankélévitch, el sinsentido que da sinsentido a la vida [en el tiempo]”.

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Por último la muerte e íntima relación con el cuerpo, como nos muestra la retórica elegante, artística y cognitiva de Francisco González Crussí en su libro Más allá del cuerpo (capítulo IV), estructurado en cuatro secciones, entre ellas “la faz visible de la muerte” o, parafraseando al vuelo:


Más allá no sé

La metaempiria

lo inefable

el misterio.


LA TEZ DE LA MUERTE

La mirada en el horizonte 

de quien espera el fin.

Desvelar el mysterium trementum

 O, bien:

El rostro de una muerte trivial y su polvareda que somos…