viernes, 3 de agosto de 2012

Brevísimo esbozo de un índice de los libros literarios, escritos por Ciprián Cabrera Jasso

Quizá pasando el tiempo,| cuando la  ausencia| haya penetrado mi lugar,| encuentres una señal mía| entre las hojas de un libro viejo.| El viento de cualquier estación| te hará recordar que estuve vivo,| sabrás que lloré| de impotencia ante la maldad,| que me enfrenté| cara a cara con el demonio| y que amé hasta lo insufrible.| Yo te observaré, quizá, y pasaré a tu lado| para continuar mi viaje.

UNA SEÑAL. (CCJ.)

I.

Leía una mañana de marzo, en uno de los periódicos de la ciudad, del supuesto suicidio del poeta Ciprián Cabrera Jasso, encontrado en la azotea de su residencia con una cuerda en el cuello:

¡Demonios! —me dije en voz alta.

Sus razones habrá tenido  —maticé luego.

II.

Los días pasaron. Y ellos me llevaron a recordar la manera en que literariamente conocí a Ciprián Cabrera, en la década de los 90´s, a través de Trilogía de sombras, un libro de poemas que él inauguraba, dentro de la colección de autores tabasqueños contemporáneos, publicado en 1985 por la editorial del Gobierno del Estado de Tabasco. Poemas escritos entre 1972 y 1983.

Verán: once años de ejercicio poético. La fama promovida por sus amigos para ese entonces era ya considerable, como para incitar la curiosidad lectora de sus textos sustentados en las buenas recomendaciones. Pero, vaya decepción después de haberle leído. Tales recomendaciones no llenaron mis expectativas de los altos vuelos poéticos, que uno espera encontrarse en los grandes poetas. Y eso bastó para que alrededor de él y sus posteriores libros escritos, crearan en mí como lector, una distancia considerable.

III.

A Ciprián Cabrera le pasó lo que a muchos o pocos nos sucede con nuestro primer libro de poemas escrito y publicado: pagar la factura de la inmadurez y la imprudencia de publicar cuando no se debe; aunque la trayectoria literaria de él era ya considerable. Sin embargo, dentro de esa limitante poética que me concedió el libro de trilogía, no todo fue sombra (parafraseando el título). Rescato cinco poemas de ese primer libro, de los cuales, uno de ellos, titulado la señal, utilizo en este texto a manera de epígrafe, que curiosamente se podría interpretar como el guiño del poeta después de su partida.

IV.

El prejuicio que surgió en mí la lectura de este libro, fue acrecentándose con el paso del tiempo por otros factores extraliterarios, que parecieran no tienen o deberían tener ninguna importancia en la obra escrita por cualquier escritor y, más la de un poeta, como Cabrera Jasso; pero esa cercanía y modus vivendi con la burocracia, con el poder emanado del Estado gubernamental, sí que tiene importancia en el poeta como ente social. Sus razones habrá tenido; pero un escritor y sobre todo un poeta, debe guardar una sana distancia con el ogro filantrópico. Él, no lo pensaba y actuaba así, hasta el final de sus días.

V.

De sus sombras e infiernos interiores hay que acudir a sus libros de poemas, como por ejemplo, los dones del insomnio y el divino vuelo, o en algunas de sus novelas como la titulada Ciliace o el vuelo de la oscuridad, no estoy seguro, pues hablo a vuelo de pájaro.

VI.

Por lo pronto, mientras mi prejuicio cede algún día (si es que esto sucede); he de quedarme con ese abrazo amistoso que Cipriám le estrechó al Poeta gráfico, Juan de Jesús López, según nos narra éste en su blog miraoyos, a propósitos de los dones de Pano.

VII.

Los días han pasado y, en la librería universitaria de la ciudad de Villahermosa, de nuevo Juan de Jesús. Ahora me recuerda la cantidad de libros que escribió y publicó Ciprián Cabrera, y muy probable que aparezcan alguno que otro más, de forma póstuma. No me cohíbo por la cuantía. Sin embargo, mi curiosidad lleva a preguntarme: ¿Qué tanto?

VIII.

Mi búsqueda comienza en Bibliotecas, librerías e internet, hasta elaborar un primer acercamiento a un brevísimo esbozo de un índice de la los libros literarios, escritos por el poeta Ciprián Cabrera Jasso, que comparto con ustedes y muestro a continuación:

Introducción

Poesía

Trilogía de sombras

Y nadie detendrá el viaje

Kasandra

La ventisca

Los dones del insomnio

Obra poética I

Obra poética II

La diosa

El reflejo del agua en tu rostro

En la mirada del silencio

El divino vuelo

Obra poética III

Novela

Orishi y la fiesta del infierno

Celia… y la oscura esperanza

Ciliace y el borde de la oscuridad

El rostro oculto de la luna a partir de un montón de piedras

Cuento

Los oníricos y otros cuentos del sueño de la vida

Dios y Maya ilusión (recreación de un cuento hindú)

Teatro

Ensayo

Escudriños.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Arcadia o la ciudad poética y amorosa de María Baranda


Un texto donde se pudiese escuchar el tono de la garganta, la oxidación de las consonantes, la voluptuosidad de las vocales, toda una estereofonía de la carne profunda: la articulación del cuerpo, de la lengua, no la del sentido, la del lenguaje.

ROLAND BARTHES.



Debo comenzar diciendo, que Arcadia es un libro de poesía, una ciudad poética inventada detrás del cristal de una ventana, cuyo tejido amoroso, erótico, a través  del recorrido de la nostalgia, se derrama a lo largo de los poemas escritos por la poeta María Baranda. Derrama en esa única posibilidad —me atrevería a decir en estos tiempos y en los de siempre— de ser en el mundo, donde se contenta, se da euforia, se goza, desacontenta; donde se nos permite a los lectores dar un sentido real a nuestras vidas, comunicándonos con lo desconocido y lo conocido: el ser; donde se nos permite vivir por caminos polifónicos. Porque para inventar esta posibilidad amorosa, la voz poética de este libro se encarna en lo que para mí, como lector, tiene el valor de haberlo leído: ser texto. Esto, sin duda, tiene mucho de relevante el haberlo leído.

¿A quién, en algún momento de su vida, el recuerdo (que puede ser el de la infancia, el de un amor inventado o real) no es vislumbrado atrás del cristal de la ventana de una habitación, tren, automóvil o avión?

 En este sentido, vale pues, habitar esta ciudad que ofrece movernos por los distintos senderos. La ciudad más antigua de la poesía, convertida en texto, en cuerpo, Arcadia; ciudad renovada, distinta a la Arcadia de Virgilio, de Tibulo o de Próspero, aunque tal vez, influenciada por el amor y la magia de éstos. La ciudad poética que nos permite transitar por sus calles convertidas, a veces en infierno, otras en paraíso; ciudad y su cartografía amorosa trazada en el cuerpo del texto inventado a través de la escritura.

Un poemario extenso de largo aliento, estructurado en menos de sesenta poemas, donde se modela el corpus poético de Baranda de lo que no fue, nunca estuvo; pero que como lector de esta ciudad, si existió, existe y existirá como una posibilidad maravillosa de vida.



Pero leamos algunos trazos cartográficos de esta ciudad poética:



Todo lo que yo fui queda enlazado en el vidrio, en la parte de luz y coto, el exacto fluir del instante inaudito e insólito que transita en las moléculas de cristal. Y desde ahí mi mano y sus indicios de ser, de criatura única de mí o más allá de mí como una frase construida en el silencio, mi mano que palpa lo que resiste, lo que se estampa y trasmina, lo que permite decir: estoy aquí y desde aquí te amo una vez y otra como la ínfima exhumación de la ola. Palpa, también, lo que se ajusta a la llegada, al umbral donde se extienden eléctricas las letras, el decir en la lengua, en la calle de antes, en el tiempo de ahora.



Todo suscrito a los nuevos intersticios de la piel, a las frases incorporadas en el cuello o los tobillos, a los pedazos de página caídos de mis labios abiertos a la sed,  la lengua que transpira golosa y sucesiva en las secas vetas del cristal. Mi lengua de mí que cae y se derrama, se oculta y sostiene jugosa la sutura del alba, mi lengua de pez en el cielo del cuerpo desdoblada, mi lengua incontrolable y seducida, ventral en el silencio, en el “un-dos-tres por mí” y el escondite de espanto, el no querer ver ni decir, ni siquiera escuchar lugares poblados de esfínteres y sonidos, de tibios cuerpos recordados en el límite de otros pensamientos, otras figuraciones caídas en otros espejos. Toda mi lengua sobreviviente y causal, moridora y falaz en la zona que incendia, en la parte que abraza abundante y rotunda ¿la ves? Es la mancha y el polvo, el azogue y el grano, la fruición y el vestigio, el simulacro de quién en las afueras de nada, en el principio de nadie, en el temblor inabordable de alguien.



Ploc-ploc-ploc. Llega el anuncio: una ciudad es una boca abierta, filamento que sutura el verbo adentro de los cuerpos. Todo penetra. Desde la claridad de un tiempo ido como si fuera una función simple y acertada, una membrana para sobrevivir en el hueco, un dibujo en los poros, un ir hacia la sombra para gritar: abrázame en sólo un punto, bésame para poder hablar desde el papel como si fueran los genitales del olvido, los pies de nuevas cartografías, los ojos seducidos en la tinta y sus senderos evocados por la letra. Fui texto.



Soy texto y muero en las orejas del silencio entre las uñas de un renglón apócrifo, un renglón insólito, un vaso para beber el tiempo, ese tiempo escrito desde antes en una distancia que no existe, que no está, pero que hizo de mí lo que hubo. Volver. Volver a decirlo todo. Volver a escribir desde la grieta. Volver atrás multiplicándome, extendiéndome por calles y bulevares, por hojas que invento en la madreselva, en la madreperla de mí ser y su mar que se lee desde mí descuartizadamente, renovadoramente, en lo que no está y no fue, jamás estuvo: Arcadia.

María Baranda

ARCADIA

México, Monte Carmelo, 2009, 47pp.