miércoles, 1 de agosto de 2012

Arcadia o la ciudad poética y amorosa de María Baranda


Un texto donde se pudiese escuchar el tono de la garganta, la oxidación de las consonantes, la voluptuosidad de las vocales, toda una estereofonía de la carne profunda: la articulación del cuerpo, de la lengua, no la del sentido, la del lenguaje.

ROLAND BARTHES.



Debo comenzar diciendo, que Arcadia es un libro de poesía, una ciudad poética inventada detrás del cristal de una ventana, cuyo tejido amoroso, erótico, a través  del recorrido de la nostalgia, se derrama a lo largo de los poemas escritos por la poeta María Baranda. Derrama en esa única posibilidad —me atrevería a decir en estos tiempos y en los de siempre— de ser en el mundo, donde se contenta, se da euforia, se goza, desacontenta; donde se nos permite a los lectores dar un sentido real a nuestras vidas, comunicándonos con lo desconocido y lo conocido: el ser; donde se nos permite vivir por caminos polifónicos. Porque para inventar esta posibilidad amorosa, la voz poética de este libro se encarna en lo que para mí, como lector, tiene el valor de haberlo leído: ser texto. Esto, sin duda, tiene mucho de relevante el haberlo leído.

¿A quién, en algún momento de su vida, el recuerdo (que puede ser el de la infancia, el de un amor inventado o real) no es vislumbrado atrás del cristal de la ventana de una habitación, tren, automóvil o avión?

 En este sentido, vale pues, habitar esta ciudad que ofrece movernos por los distintos senderos. La ciudad más antigua de la poesía, convertida en texto, en cuerpo, Arcadia; ciudad renovada, distinta a la Arcadia de Virgilio, de Tibulo o de Próspero, aunque tal vez, influenciada por el amor y la magia de éstos. La ciudad poética que nos permite transitar por sus calles convertidas, a veces en infierno, otras en paraíso; ciudad y su cartografía amorosa trazada en el cuerpo del texto inventado a través de la escritura.

Un poemario extenso de largo aliento, estructurado en menos de sesenta poemas, donde se modela el corpus poético de Baranda de lo que no fue, nunca estuvo; pero que como lector de esta ciudad, si existió, existe y existirá como una posibilidad maravillosa de vida.



Pero leamos algunos trazos cartográficos de esta ciudad poética:



Todo lo que yo fui queda enlazado en el vidrio, en la parte de luz y coto, el exacto fluir del instante inaudito e insólito que transita en las moléculas de cristal. Y desde ahí mi mano y sus indicios de ser, de criatura única de mí o más allá de mí como una frase construida en el silencio, mi mano que palpa lo que resiste, lo que se estampa y trasmina, lo que permite decir: estoy aquí y desde aquí te amo una vez y otra como la ínfima exhumación de la ola. Palpa, también, lo que se ajusta a la llegada, al umbral donde se extienden eléctricas las letras, el decir en la lengua, en la calle de antes, en el tiempo de ahora.



Todo suscrito a los nuevos intersticios de la piel, a las frases incorporadas en el cuello o los tobillos, a los pedazos de página caídos de mis labios abiertos a la sed,  la lengua que transpira golosa y sucesiva en las secas vetas del cristal. Mi lengua de mí que cae y se derrama, se oculta y sostiene jugosa la sutura del alba, mi lengua de pez en el cielo del cuerpo desdoblada, mi lengua incontrolable y seducida, ventral en el silencio, en el “un-dos-tres por mí” y el escondite de espanto, el no querer ver ni decir, ni siquiera escuchar lugares poblados de esfínteres y sonidos, de tibios cuerpos recordados en el límite de otros pensamientos, otras figuraciones caídas en otros espejos. Toda mi lengua sobreviviente y causal, moridora y falaz en la zona que incendia, en la parte que abraza abundante y rotunda ¿la ves? Es la mancha y el polvo, el azogue y el grano, la fruición y el vestigio, el simulacro de quién en las afueras de nada, en el principio de nadie, en el temblor inabordable de alguien.



Ploc-ploc-ploc. Llega el anuncio: una ciudad es una boca abierta, filamento que sutura el verbo adentro de los cuerpos. Todo penetra. Desde la claridad de un tiempo ido como si fuera una función simple y acertada, una membrana para sobrevivir en el hueco, un dibujo en los poros, un ir hacia la sombra para gritar: abrázame en sólo un punto, bésame para poder hablar desde el papel como si fueran los genitales del olvido, los pies de nuevas cartografías, los ojos seducidos en la tinta y sus senderos evocados por la letra. Fui texto.



Soy texto y muero en las orejas del silencio entre las uñas de un renglón apócrifo, un renglón insólito, un vaso para beber el tiempo, ese tiempo escrito desde antes en una distancia que no existe, que no está, pero que hizo de mí lo que hubo. Volver. Volver a decirlo todo. Volver a escribir desde la grieta. Volver atrás multiplicándome, extendiéndome por calles y bulevares, por hojas que invento en la madreselva, en la madreperla de mí ser y su mar que se lee desde mí descuartizadamente, renovadoramente, en lo que no está y no fue, jamás estuvo: Arcadia.

María Baranda

ARCADIA

México, Monte Carmelo, 2009, 47pp.




No hay comentarios: