La
ingeniería, genio y figura de su creatividad.
IV.
Todo
comenzó por el gusto en las matemáticas, las operaciones básicas con que
empezamos a esbozar, estructuralmente, nuestra visión de la realidad. Claro,
cuando uno es un chico imberbe no se es consciente de ello; porque a esa edad
todo es juego, divertimento y magia con los números; entrenamiento lúdico y
mental; agilidad y destreza, que ha sido la clave de mi formación de
pensamiento basado en la síntesis, la concreción. Para mí, el juego de mesa era
resolver el misterio de las cuatro operaciones, en lo menos posible de tiempo.
Ciertamente la geometría plana no fue lo mío. De la secundaria, sólo recuerdo
mi aprendizaje euclidiano, basado en líneas y curvas trazadas por la maestra sobre
la pizarra con sus escuadras, regla y compás, que no le veía ningún sentido,
como sí la aritmética. Ni modo, eso repercutiría más tarde, cuando el nivel de
juego de las matemáticas fuera más abstracto.
Con
el álgebra y la trigonometría, un poco habilidoso, y con la ciencia natural
física, nada ducho. Aunque luego le tomé gusto a tal grado que me llamó la
atención la magia del electromagnetismo y por lo tanto mi decisión de estudiar
más tarde, ingeniería electricista en la universidad. Por cierto, de esto
cuento y metamorfoseo en un texto inédito de ficción (que va por su cuarta
versión y no hay para cuando terminar), que lleva por título, si no mal
recuerdo, “Más allá del malecón, otra ciudad”, en la voz de Monteverde, uno de
los personajes de esta historia:
Monteverde estudió en la secundaria, donde
muy temprano tomó la decisión de estudiar ingeniería. Yo creo que fue aquella
lectura sobre los fenómenos electromagnéticos y su magia alrededor de ellos,
que le hizo tomar tal inclinación. Más tarde se fue involucrando con el
lenguaje abstracto de las matemáticas, que por cierto, su lectura y manejo era demasiado fácil para él; nada del
otro mundo, como a la mayoría de sus compañeros de estudios que siempre se
estrellaban contra la pared, cuando se trataba de resolver algún problema de álgebra
o trigonometría. No, para él las matemáticas eran más bien un juego que en
mucho le divertían. Era como ir armando las piezas del misterio de los números
o los enigmas del ocio.
Así,
pues, entre fenómenos físicos y el juego lúdico de los números, nació el germen
de estudiar ingeniería.
Allí
mismo, entre libros de física y matemáticas se fue forjando la imagen del
ingeniero; como la de estar detrás de un gran escritorio de madera de caoba,
donde se extendían un sinnúmero de hojas de todos los tamaños, las mejores
plumas que podía portar un profesionista, y una calculadora científica, que
además de realizar cálculos especiales, graficaba los resultados de éstos; la
vestimenta —que no era de cualquier ingeniero— formal de un casimir oscuro,
camisa blanca manga larga, con mancuernillas de oro y, sobre la camisa, una
elegante corbata con tintes color rojo. La imagen del ingeniero y el investigador,
diseñando, construyendo y resolviendo los misterios del universo sobre el
escritorio. El modelo de ingenio que anhela todo estudiante joven.
Y es que en verdad, como les digo en la actualidad a muchos jóvenes
estudiantes de ingeniería, en las distintas sesiones de clase que imparto en la
universidad: quien cierra los ojos, cuando se les habla de matemáticas y física,
no tiene nada que hacer en un aula donde se estudia ingeniería, aunque ella
esté presente en casi toda la vida. Y es que la relación con estas dos ciencias
debe estar fundada en el gusto y el placer; en la empatía por el lenguaje
simbólico y abstracto, que entrena nuestra mente a concretizar el mundo de una
manera sintetizada. De una manera poética. Sí, porque la poesía también tiene
mucha analogía, por lo menos con la matemática.
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