Sentir ese deseo de ayudar porque uno puede
hacerlo, y satisfacer esa necesidad natural de conocer al otro, son momentos
que vale la pena vivir y repetir siempre. No como el ególatra que se regocija
al escuchar sus peroratas, sin mirarse en el espejo de la ignorancia del otro.
No, todo lo contrario: humildad y pasión. Porque como acertadamente nos dice el
filósofo español, Fernando Savater: “Enseñar es siempre enseñar al que no sabe
y quien no indaga, constata y deplora la ignorancia ajena no puede ser maestro;
por mucho que sepa.”
Trazos y fragmentos, es el libro que nadie ha leído; hecho de esbozos, subrayados y residuos de textos, que a lo largo de más de 30 años de camino académico se ha escrito para diferentes espacios y medios. Un libro que comienza su viaje odiseaco en una biblioteca, donde se conoce a los grandes maestros de la religión, la filosofía, la ciencia y la literatura, formando el corpus intelectual y estético de todo profesor que se acerque a ellos.
Un texto estructurado en cinco partes. La
primera, sostenida por diecinueve fragmentos y trazos, esbozando en la mayoría
de ellos más que una deontología, la poética de quien escribe este libro,
profesor universitario; dejando para los últimos la postura acerca del proceso
de evaluación que es común y, parte de la tradición educativa que se ha venido
realizando en los estudiantes de ingeniería de la universidad a través de los
exámenes; lo cual, por cierto, no comparto en sí mismo. Sobre todo, la mirada
puesta en los exámenes, como forma unívoca de seguir evaluando a los
estudiantes de ingeniería.
La verdad es que, desde hace mucho tiempo mi
concepto de evaluación no está fundamentado en los exámenes, porque el
conocimiento no puede ser medido únicamente con base a un número, producto del
resultado de un examen; sino que también debe ser cualificado con relación a la
acción cognoscitiva demostrada, donde lo que cuente es el desarrollo de la
imaginación y creatividad. Donde lo importante es el impacto social de este cognitio. Con ello, quiero decir, que
hay que diseñar nuevos paradigmas educativos no basados únicamente a través del
concepto modelo de exámenes, la acreditación o la calificación; porque esto
hace que la educación, dentro de un espacio trazado por cuatro paredes, como
las que representan la mayoría de las instituciones educativas, sean demasiadas
rígidas y poca placenteras.
No, la evaluación debe guiarse por ideas más
flexibles; por capacidades como el gusto, el placer y el gozo, entre otras
capacidades menos rígidas.
Agrego, una educación evaluativa, mediada
también por la acción de la imaginación y la creatividad, no por ideas
medievales.
La evaluación, ejercicio de recapitulación,
donde la imaginación, la creatividad, el placer, el gusto, el análisis y la
autocrítica deben sustentar el aprendizaje.
Por otro lado, la parte dos de este libro que no se ha leído se abre camino
para hablar de manera muy sintetizada, sobre el aprendizaje de la ciencia, por
medio de la literatura, sendero útil en el desarrollo, entre otras cosas, de la
maravillosa competencia de la imaginación científica que tanta falta hace a los
jóvenes, por estar encerrados rígidamente dentro de una cuadratura como visión
absoluta del aprendizaje.
Un aprendizaje fundamentado en el arte de
leer y escribir, como se esboza en la parte tres.
Leer, se dice en esta parte, no es un juego e
implica todo un proceso de lectura interpretativa (además de analítica y evaluativa),
que todo estudiante debe conocer como base fundamental, permitiendo con ello
entender el texto. Por eso el estudiante tiene demasiadas dificultades, y da
respuestas equivocadas porque no sabe leer, no entiende y no comprende el
texto, el argumento. Otro tanto: los profesores no les enseñan a leer.
Así
es esto, partir del aprendizaje de la lectura interpretativa, donde las
experiencias de lecturas previas del estudiante son significativas e
importante.
La
lectura, convertida en hábito de todos los días, es una ventana abierta a la
escritura. O,
dicho de otra forma: leer
es aprender y saber escribir. Y de ello la poética y la apología de la lectura para
aprender a escribir, tratadas brevemente en los dos primeros fragmentos de los
cuatro descritos en la cuarta parte del libro que finaliza con los dos
restantes, a manera de apéndice ensayístico breve, hablando sobre el elogio del ingeniero y la relación entre la filosofía y la
ingeniería, de las aportaciones de ésta a la primera. Finalmente, éste
libro que nadie ha leído y que se titula Trazos
y fragmentos se sitúa en los pasillos de la
universidad, para encontrarse con una serie de libros que hay que leer,
apreciable lector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario